lunes, 28 de julio de 2008

síndrome del éxito (2ª Parte)

El Síndrome del Éxito (Segunda Parte)categorias: Columna - Sociedad - Local
Se supone que los edificios hermosos son una señal de éxito espiritual. Jesús miró al templo de su época y les dijo a sus seguidores que sería destruido¡Y así fue! Se había convertido en una cueva de ladrones. Por Nelson Zenteno
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Escrito por Nelson Zenteno
Gracias amigo, por estar interesado en descubrir a los lobos con piel de oveja. Quedamos en la primera parte que el entusiasmo surge ante la idea de construir un hermoso edificio. A la gente le gusta trabajar poniendo cemento, colgando adornos o contribuyendo generosamente para que se construya un nuevo e impresionante santuario que aumente su prestigio personal en la comunidad. Algunos líderes utilizan la mayor parte de su tiempo, energía y vida levantando monumentos de ladrillo, piedra, cristal y madera para mostrar su talento. Se supone que los edificios hermosos son una señal de éxito espiritual. Jesús miró al templo de su época y les dijo a sus seguidores que sería destruido¡Y así fue! Se había convertido en una cueva de ladrones. El resultado final de tales actividades es que muchas veces la Iglesia tiene el aspecto de una simple empresa comercial. El énfasis principal es organizar una maquinaria humana que mantenga la actividad, pero en realidad están engañando a la gente al hacerla creer que están logrando mucho para Dios. La verdad que estos santuarios no son otra cosa que mausoleos adornados donde los muertos entierran a los muertos. En todo el mundo occidental, incluyendo Europa, hay miles de iglesias casi silenciosas. El óxido crece en los techos y paredes. Las arañas tejen sus telas en sus vitrales, mientras los bancos están casi vacíos a no ser por unas cuantas personas de edad que asisten, aferradas a la esperanza de oír un mensaje de Dios. La gente promedio de la comunidad de Arica, no asiste a la iglesia. Usan la iglesia para casarse, bautizar a sus hijos o cuando mueren; allí les celebran un servicio religioso. Ven a la Iglesia como una entidad comercial en la sociedad. Creen, y algunas veces con razón, que todos los ministros cristianos, sean sacerdotes o pastores, en lo único que se interesan es en las contribuciones de dinero. Miran a la religión como una forma de hacer dinero. Así que no toman parte en las actividades de la Iglesia. No se les puede culpar, pues es válido lo que intuyen en cuanto a la iglesia. Esta no hace nada para llenar el vacío que hay en sus espíritus, el dolor intenso que clama por Dios y, sin vergüenza alguna, solamente busca el dinero de la gente. ¡No nos debe extrañar que mucha gente, especialmente los jóvenes sientan desprecio por la Iglesia! Jesús también habló en contra de los abusos de los líderes religiosos de su tiempo, y los acusó severamente de llenar sus arcas a expensas de los pobres. Las palabras que dirige a los escribas y fariseos hipócritas son muy duras. (Vea Mateo 23:1-39). Jesús no solamente reprobó a los líderes religiosos de su generación, sino que también habló contra el comportamiento espiritual de los que asistían a las sinagogas. En aquellos días, como en los nuestros, había una duplicidad que demostraba parcialidad hacia los ricos y prominentes, mientras que al mismo tiempo se descuidaba y hasta abusaba de los pobres y oprimidos. Para decirlo de otra manera, la sociedad de hace más de 2.000 años, estaba tan involucrada en el “síndrome del éxito” como lo está la nuestra a principios del siglo 21. Los sacerdotes, los escribas y los fariseos, es decir todos los líderes hipócritas de la ley, complacían a los ricos, a los prominentes y a los populares del éxito. A éstos se les daba el lugar de prestigio en las asambleas. Eran tratados con alabanza y aprobación especial. Se les mostraba deferencia especial en las deliberaciones en la sinagoga. Nuestro Señor habló duramente contra esta clase de comportamiento. También lo hicieron los apóstoles en sus cartas a la iglesia primitiva. Por ejemplo, lea los capítulos 2 y 5 de la epístola de Santiago. Allí se les advierte a los creyentes que los ricos los explotarían. En nuestras sociedades democráticas todo esto nos puede parecer un poco anticuado, pero ¿lo es realmente?... El hecho sorprendente es que todavía existen estas actitudes entre el clero. Pocos son en verdad los ministros que en la actualidad tienen el suficiente valor como para confrontar a la gente de éxito de sus congregaciones con la verdad en cuanto a su comportamiento, el origen de sus ganancias millonarias, sus modos de divertirse y "pasarlo flor", todo a cambio de una estimable contribución. ¿Dónde están los líderes con suficiente fuerza espiritual como para demandar que su congregación viva de acuerdo a las altas normas de mayordomía de Cristo? ¿Por qué los llamados líderes cristianos a menudo permanecen callados en cuanto al asunto del dinero, bienes y propiedades que estos ricos deberían compartir con los pobres y necesitados? Muchos predicadores, pastores y sacerdotes, se sienten intimidados por la gente de “éxito”, los brillantes ejecutivos, profesionales, ocupadores de puestos políticos, ricos, poderosos, y la alta sociedad que asiste a su iglesia. Ellos tratan de complacer a estos triunfadores sociales poniéndolos en posiciones de prominencia dentro de la jerarquía eclesiástica. Se les da reconocimiento inmerecido en puestos que demandan decisiones de peso. Son seleccionados por su encanto personal, carisma o posición en la comunidad más bien que por su fiel devoción a Cristo. ¿Nos sorprende, entonces, cuando la Iglesia llega a ser otro club social? ¿Nos extrañamos cuando las políticas triviales y la rivalidad por el poder y la influencia juegan un papel tan importante en la vida de una congregación? ¿Nos sorprende que la iglesia permanezca muda después de haber prestado sus púlpitos y rendido pleitesía a algún político que resultó ser un sin vergüenza y cero temor de Dios? ¿Nos sorprende que las personas que ocupan los púlpitos no se atrevan a hablar nada que no sean cosas bonitas que le guste oír a la congregación? Déjeme decirle que un líder que no tiene el valor suficiente para exponer la verdad de Dios por temor a que su gente de éxito lo haga callar, está traicionando a su congregación. El no es ni fiel a su Padre celestial, ni a sus hijos terrenales. Éstos buscan que él les dé pan, pan espiritual, pero en vez de pan ellos reciben una migaja que no satisface a nadie. Su mensaje se adapta para acomodarlo a las preferencias privadas de la gente de éxito. Él está seguro de que ésta es la única forma en que puede alcanzar el éxito. Sin embargo, lo único que hace es traicionar la confianza que Dios ha depositado en él. La consecuencia final es que nadie se beneficia. El que ocupa el púlpito, que debió haber guiado a su congregación para que caminara con Cristo en obediencia a su Palabra, la ha arrastrado a un hoyo de desesperación y cinismo. Interiormente, estas personas sólo sienten desprecio por la Iglesia y se ríen de sus líderes. Saben que todo eso, como sucede con tantas cosas en la vida secular, es falso y vacío, una parodia. foto

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