lunes, 28 de julio de 2008

síndrome del éxito (2ª Parte)

El Síndrome del Éxito (Segunda Parte)categorias: Columna - Sociedad - Local
Se supone que los edificios hermosos son una señal de éxito espiritual. Jesús miró al templo de su época y les dijo a sus seguidores que sería destruido¡Y así fue! Se había convertido en una cueva de ladrones. Por Nelson Zenteno
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Escrito por Nelson Zenteno
Gracias amigo, por estar interesado en descubrir a los lobos con piel de oveja. Quedamos en la primera parte que el entusiasmo surge ante la idea de construir un hermoso edificio. A la gente le gusta trabajar poniendo cemento, colgando adornos o contribuyendo generosamente para que se construya un nuevo e impresionante santuario que aumente su prestigio personal en la comunidad. Algunos líderes utilizan la mayor parte de su tiempo, energía y vida levantando monumentos de ladrillo, piedra, cristal y madera para mostrar su talento. Se supone que los edificios hermosos son una señal de éxito espiritual. Jesús miró al templo de su época y les dijo a sus seguidores que sería destruido¡Y así fue! Se había convertido en una cueva de ladrones. El resultado final de tales actividades es que muchas veces la Iglesia tiene el aspecto de una simple empresa comercial. El énfasis principal es organizar una maquinaria humana que mantenga la actividad, pero en realidad están engañando a la gente al hacerla creer que están logrando mucho para Dios. La verdad que estos santuarios no son otra cosa que mausoleos adornados donde los muertos entierran a los muertos. En todo el mundo occidental, incluyendo Europa, hay miles de iglesias casi silenciosas. El óxido crece en los techos y paredes. Las arañas tejen sus telas en sus vitrales, mientras los bancos están casi vacíos a no ser por unas cuantas personas de edad que asisten, aferradas a la esperanza de oír un mensaje de Dios. La gente promedio de la comunidad de Arica, no asiste a la iglesia. Usan la iglesia para casarse, bautizar a sus hijos o cuando mueren; allí les celebran un servicio religioso. Ven a la Iglesia como una entidad comercial en la sociedad. Creen, y algunas veces con razón, que todos los ministros cristianos, sean sacerdotes o pastores, en lo único que se interesan es en las contribuciones de dinero. Miran a la religión como una forma de hacer dinero. Así que no toman parte en las actividades de la Iglesia. No se les puede culpar, pues es válido lo que intuyen en cuanto a la iglesia. Esta no hace nada para llenar el vacío que hay en sus espíritus, el dolor intenso que clama por Dios y, sin vergüenza alguna, solamente busca el dinero de la gente. ¡No nos debe extrañar que mucha gente, especialmente los jóvenes sientan desprecio por la Iglesia! Jesús también habló en contra de los abusos de los líderes religiosos de su tiempo, y los acusó severamente de llenar sus arcas a expensas de los pobres. Las palabras que dirige a los escribas y fariseos hipócritas son muy duras. (Vea Mateo 23:1-39). Jesús no solamente reprobó a los líderes religiosos de su generación, sino que también habló contra el comportamiento espiritual de los que asistían a las sinagogas. En aquellos días, como en los nuestros, había una duplicidad que demostraba parcialidad hacia los ricos y prominentes, mientras que al mismo tiempo se descuidaba y hasta abusaba de los pobres y oprimidos. Para decirlo de otra manera, la sociedad de hace más de 2.000 años, estaba tan involucrada en el “síndrome del éxito” como lo está la nuestra a principios del siglo 21. Los sacerdotes, los escribas y los fariseos, es decir todos los líderes hipócritas de la ley, complacían a los ricos, a los prominentes y a los populares del éxito. A éstos se les daba el lugar de prestigio en las asambleas. Eran tratados con alabanza y aprobación especial. Se les mostraba deferencia especial en las deliberaciones en la sinagoga. Nuestro Señor habló duramente contra esta clase de comportamiento. También lo hicieron los apóstoles en sus cartas a la iglesia primitiva. Por ejemplo, lea los capítulos 2 y 5 de la epístola de Santiago. Allí se les advierte a los creyentes que los ricos los explotarían. En nuestras sociedades democráticas todo esto nos puede parecer un poco anticuado, pero ¿lo es realmente?... El hecho sorprendente es que todavía existen estas actitudes entre el clero. Pocos son en verdad los ministros que en la actualidad tienen el suficiente valor como para confrontar a la gente de éxito de sus congregaciones con la verdad en cuanto a su comportamiento, el origen de sus ganancias millonarias, sus modos de divertirse y "pasarlo flor", todo a cambio de una estimable contribución. ¿Dónde están los líderes con suficiente fuerza espiritual como para demandar que su congregación viva de acuerdo a las altas normas de mayordomía de Cristo? ¿Por qué los llamados líderes cristianos a menudo permanecen callados en cuanto al asunto del dinero, bienes y propiedades que estos ricos deberían compartir con los pobres y necesitados? Muchos predicadores, pastores y sacerdotes, se sienten intimidados por la gente de “éxito”, los brillantes ejecutivos, profesionales, ocupadores de puestos políticos, ricos, poderosos, y la alta sociedad que asiste a su iglesia. Ellos tratan de complacer a estos triunfadores sociales poniéndolos en posiciones de prominencia dentro de la jerarquía eclesiástica. Se les da reconocimiento inmerecido en puestos que demandan decisiones de peso. Son seleccionados por su encanto personal, carisma o posición en la comunidad más bien que por su fiel devoción a Cristo. ¿Nos sorprende, entonces, cuando la Iglesia llega a ser otro club social? ¿Nos extrañamos cuando las políticas triviales y la rivalidad por el poder y la influencia juegan un papel tan importante en la vida de una congregación? ¿Nos sorprende que la iglesia permanezca muda después de haber prestado sus púlpitos y rendido pleitesía a algún político que resultó ser un sin vergüenza y cero temor de Dios? ¿Nos sorprende que las personas que ocupan los púlpitos no se atrevan a hablar nada que no sean cosas bonitas que le guste oír a la congregación? Déjeme decirle que un líder que no tiene el valor suficiente para exponer la verdad de Dios por temor a que su gente de éxito lo haga callar, está traicionando a su congregación. El no es ni fiel a su Padre celestial, ni a sus hijos terrenales. Éstos buscan que él les dé pan, pan espiritual, pero en vez de pan ellos reciben una migaja que no satisface a nadie. Su mensaje se adapta para acomodarlo a las preferencias privadas de la gente de éxito. Él está seguro de que ésta es la única forma en que puede alcanzar el éxito. Sin embargo, lo único que hace es traicionar la confianza que Dios ha depositado en él. La consecuencia final es que nadie se beneficia. El que ocupa el púlpito, que debió haber guiado a su congregación para que caminara con Cristo en obediencia a su Palabra, la ha arrastrado a un hoyo de desesperación y cinismo. Interiormente, estas personas sólo sienten desprecio por la Iglesia y se ríen de sus líderes. Saben que todo eso, como sucede con tantas cosas en la vida secular, es falso y vacío, una parodia. foto

martes, 22 de julio de 2008

síndrome del éxito (1ª parte)

El Síndrome del Éxito (Primera Parte)categorias: Columna - Sociedad - Local
Por tanto tiempo este concepto ha sido parte integral de nuestra cultura que los de Arica lo aceptamos como si fuera la forma correcta de vivir. El problema está en que esta situación contagió a la Iglesia. Por Nelson Zenteno
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Escrito por Nelson Zenteno
Nuestra ciudad está completamente convencida de que no existe sustituto para el éxito. Esta intensa preocupación por el éxito impregna cada parte de la sociedad ariqueña, incluyendo su Iglesia. La palabra éxito es realmente sinónimo de términos como “el más grande”, “el más inteligente”, “el mejor”, aplíquese a lo que sea. Lo más triste y lamentable es que tal “éxito” no se mide necesariamente en términos de calidad, pureza, honestidad, ni siquiera sinceridad. Más bien, está estrechamente relacionado con cualquier cosa que sea espectacular, emocionante, sensacional y que nos atraiga. Los espectáculos y festejos nos cautivan y nos dejamos hipnotizar por todo aquello que alimenta nuestra vanidad y gratifica nuestro orgullo. Incluso inculcamos este punto de vista a nuestros niños desde su tierna infancia. Nuestro sistema educacional enseñan a los jóvenes a ser los “mejores”, a “que su límite es el cielo”, a “que es bueno ostentar, a “que traten de ganar como sea”, a “que traten de ganar mucho dinero”, a “que deben emprender y dejar atrás a todos”, y a que sean siempre “triunfadores”. Este síndrome del éxito es corroborado aún más por el mundo del espectáculo en que vivimos, donde con absoluto descaro se usa cualquier cosa para exaltar a las llamadas “estrellas”. Si no tenemos héroes genuinos, los fabricamos en las mentes de un público crédulo. En el ámbito de los deportes, negocios, educación, religión y aún las artes, se hace todo el esfuerzo posible para exaltar al individuo o a la empresa que parece que va a tener éxito. Así se “fabrican” deportistas que ganan en un día lo que otros no ganan en dos años ($ 2.600.000 diarios). Así se “fabrican” cargos políticos importantes cuyos servidores ganan en ocho horas lo que otros ganan en tres meses ($640.000). Hemos inventado un dicho favorito que resume todo esto muy bien: “¡No hay mejor éxito como el éxito!" Por tanto tiempo este concepto ha sido parte integral de nuestra cultura que los de Arica lo aceptamos como si fuera la forma correcta de vivir. El problema está en que esta situación contagió a la Iglesia. Una Iglesia se considera exitosa si aumenta rápidamente el número de sus miembros aun cuando la mayoría de ellos no estén realmente consagrados a Dios. Se considera que un líder es exitoso si gana miembros usando sus cualidades personales. Una y otra vez descubrimos que la mayor preocupación de la Iglesia de hoy en día, no solo de su líder sino también de sus miembros, es el llamado “programa espectacular”. La idea básica es proveer algo tan sensacional que atraiga a las multitudes y que aumente la asistencia a sus lugares de reunión. Cuando esto sucede, se alimenta nuestra vanidad y de algún modo satisface nuestro profundo deseo de impresionar a la gente con el tan llamado “éxito”. Se ofrecen toda clase de cursos sobre “crecimiento de la iglesia”. Se dan seminarios por todas partes sobre “como ser dinámicos” con el fin de instruir a futuros líderes a atraer a las multitudes. Hay muchos libros sobre este tema. Se emplean los estilos de comunicación más exagerados y desvergonzados copiados del estilo de Hollywood (del cine) y de Nashville (de la música) para atraer a las masas. Casi todos los medios son aceptados y válidos siempre y cuando produzcan el resultado final de reunir una multitud. La Iglesia ha recibido una “transfusión” del punto de vista del mundo en cuanto al éxito y ésta ha capturado la imaginación de sus líderes. La consecuencia es que ignoramos o mal interpretamos las aseveraciones básicas que nos formula nuestro señor Jesucristo. Es verdaderamente extraño que el Señor siempre hablara de sus seguidores como pocos en números. Él siempre expresó claramente que muchos nunca andarían en sus caminos. El desafío era muy grande, las demandas de auto negación muy duras y el llamado a una lealtad total y amor por Él, demasiado alto. Aun así nuestros líderes religiosos continúan haciendo alarde de una “mayoría moral”, o de “un despertamiento mundial”, o de un “evangelismo en masa", o de una “unidad ecuménica”. Si en verdad es así, ¿Por qué no cambia la forma de ser de nuestra sociedad contemporánea? ¿Por qué 65 millones de personas que se llaman creyentes en Norte América no la hacen una región justa en la tierra, cuando en realidad es una de las más corruptas? ¿Por qué es que hoy, en porcentaje a la población mundial, hay menos verdaderos seguidores de Cristo en la tierra que en los últimos ciento cincuenta años? El hecho es que la mayoría de los creyentes ha sido engañado. La preocupación de nuestros líderes, sin importar el púlpito que ocupen, en su mayoría de los casos ha sido impresionar a la gente con su éxito. Hay dos razones fundamentales para eso. La primera es que jamás se arriesgarían a aparecer como fracasados. La segunda es que su sustento financiero depende de que se les considere personas con éxito. En nuestra cultura, la gente no respalda a una persona que no tenga éxito. Así que, por necesidad, un líder tiene que aparentar ser un triunfador. Tiene que estar activo. Su organización tiene que crecer en tamaño y escalar posiciones. Tiene que impactar a las masas. Si no lo hace, está destinado al fracaso. Todo esto contrasta señaladamente con la vida de nuestro Señor Jesucristo. Él no hizo ningún intento de distraer, entretener o atraer a las multitudes. Cuando éstas se reunían a su alrededor, simplemente les suplió sus necesidades básicas de alimento, sanidad y ayuda. Jesús jamás trató de impresionar a nadie. El maestro nunca trató de manipular a las multitudes. Las vio como ovejas que no tienen pastor. (Véase Mateo 9:35-38). Jesús se vio a sí mismo como el buen pastor que podía ayudarlas a suplir sus necesidades. Sanó a los enfermos, libertó a los que estaban cautivos por las fuerzas del mal y alimentó a los hambrientos. Y mientras sirvió a la gente en esta forma, ni una sola vez usó su popularidad para establecer una esfera de influencia para su beneficio. Hasta se negó a establecer un reino terrenal entre sus admiradores. Esto es exactamente opuesto a lo que hacen muchos líderes de la Iglesia actual, quienes a menudo usan todos los medios posibles para edificar un pequeño reino para sí mismos. Muchos de ellos complacen a la gente cándida para promover sus propias personalidades y para lograr sus ambiciones de gloria y ganancia financiera. Debo reconocer que en mis cuarenta y dos años que vivo en esta ciudad, he visto y aún veo líderes sinceros y humildes al Señor que nunca se han dejado seducir por el “síndrome del éxito”. En medio de sus aflicciones y pobrezas no han claudicado y seguramente en su postrer día oirán la voz de Jesús diciéndoles: “Bien, mi buen siervo fiel, en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré…”Así también otros, venidos de países vecinos como misioneros o algunos “made in Chile”, mejor no comentar. Si el crecimiento numérico de la Iglesia no se puede lograr por tantos programas espectaculares, entonces existe una segunda estrategia común y es que el líder involucra a la congregación en un vigoroso programa de construcción. El entusiasmo que surge ante la idea de construir un hermoso edificio es una estrategia refinada para involucrar y mantener activa a la congregación… pero de esto lo analizaremos en la segunda parte de esta nota titulada “Síndrome del éxito”. ________________________________________________

domingo, 13 de julio de 2008

Los de Arica y ...su mala suerte

Los de Arica y Su Mala SuerteEnviado por Nelson Zenteno el Sáb, 2008-07-12 12:20 Local Columna Sociedad
El sábado pasado, entrando por los portones de Asoagro, donde abundan los ambulantes, fleteros, recogedores de carritos, mendigos, gitanas, guardias, compradores, vendedores, etc., casualmente escuché a un grupo de personas que haciendo la fila para obtener un boleto de juegos de azar; discutían con respecto a la suerte de Arica. La primera en opinar era la misma dueña del local que decía lo siguiente: “Los ariqueños influimos en nuestra propia suerte mediante nuestra actitud hacia la vida. Si tenemos actitudes pesimistas, parece que nos viene la mala fortuna”. El segundo era un vendedor de helados y decía: “Hasta cierto punto, los ariqueños nos labramos nuestra propia suerte, buena o mala. Aquí estoy yo por ejemplo. Pudiera estar sentado y rumiando la amargura por la muerte de mi esposa y el olvido e ingratitud de mis hijos, sin hacer absolutamente nada, sino quejándome de que la suerte está contra mí. Pero en vez de ello, estoy vendiendo helados por las calles y me considero afortunado de poder hacer esto”. El tercero era un carnicero. Su idea era la siguiente: “En primer lugar, permítanme decir que no existe la suerte. Cualquier éxito que nuestra ciudad tenga, lo logramos mediante nuestra propia ambición y nuestros propios esfuerzos. Las personas que dicen que la suerte está contra nosotros los de Arica, son las que generalmente suelen negarse a levantarse de sus asientos”. La última opinión era la de un empleado del agro, en condición de retiro. “La suerte es algo que estamos destinados a tener o a no tener. Por ejemplo, una ciudad tiene una gran capacidad y potencialidad, pero en razón de lo que pudiéramos llamar suerte, no puede mejorar su condición social, en tanto que otra ciudad que tiene menos capacidad, pero que si tiene suerte, llega a la cima”. Este asunto de la suerte ha sido discutido prácticamente por todos los seres humanos vivientes. Tengo mis ideas al respecto. Usted tiene las suyas. Papá tenía las de él. “Si te esfuerzas lo suficiente…” y “no tienes envidia de nada que tenga otra persona. No importa lo que sea. Porque si te esfuerzas lo suficiente, puedes tener cualquier cosa que tenga cualquiera”. Esa era la filosofía de mi papá. Yo me crié con esa filosofía. “Si te esfuerzas lo suficiente…” Créanme ustedes, mi papá realmente trabajaba. Era niñito y crecía para trabajar. Regaba jardines, acarreaba agua, hacía las compras, vendía naranjas y limones de Pica. Más adolescente, aprovechaba las vacaciones de verano para trabajar en una amasandería y podía abastecer mi hogar de pan calientito. Me crié en un hogar chapado a la antigua donde todos trabajábamos. Esa era la filosofía de mi papá: “esfuércense lo suficiente y podrán tener cualquier cosa que quieran en este mundo”. Cuando ya fui mayor, descubrí que la filosofía de papá realmente no se sostiene. El sólo trabajo no basta. He visto a muchas personas que trabajan desde las cinco de la mañana hasta el último rayo de luz del día. Trabajan, trabajan y trabajan, y sin embargo, nunca han salido adelante. Al fin de año no tienen más de lo que tenían al comenzar. Al fin del próximo año no tendrán más de lo que tendrán al fin de este año. Para salir adelante se necesita algo más que el trabajo duro. Dedique usted a pensar conmigo en esto. La noche después del mayor incendio que ha habido en la historia de la ciudad de Iquique, los comerciantes dueños de la tienda “El sol” y alrededores estaban diciendo que irían a hacer. Se lamentaban, lloraban y volvían a repetir que irían a hacer. Un joven, hijo de un dueño de tienda que aún yacía en brasas ardientes, se volvió hacia los hombres que le rodeaban y les dijo: “Caballeros, en este punto voy a levantar la tienda más grande del mundo”. Eso parecía imposible. Todo su mundo había sucumbido y se hallaba en brasas ardientes. Lo único que los demás podían ver era una aparente derrota, pero este joven tenía una visión. En ese mismo sitio se levantan hoy las tiendas más grandes de la zona. ¿Por qué? Porque la determinación de un joven cambió la derrota y el fracaso en victoria. Eso no fue suerte. Eso no sucedió por casualidad. Fue la combinación del trabajo y la determinación. Permítame contarle otro hecho real: Glenn Cunningham, cuando era jovencito, sufrió quemaduras tan horribles que los médicos dijeron que quedaría inválido para siempre. Pero este hombre llegó a ser el corredor más rápido de su país. Los médicos dijeron que él nunca jamás volvería a andar. Mala suerte diría alguien. El incendio en la escuelita rural de Kansas había destruido todo, incluidas las piernas de este adolescente. Sin embargo este jovencito, horriblemente quemado, mientras estaba acostado en el hospital escuchando el diagnóstico que daban a su madre, le temblaban los labios, hacía crujir los dientes y grandes lágrimas le brotaban de los ojos. Pero cuando los médicos salieron de la habitación, él se volvió hacia la madre y le dijo: “¡Pero yo volveré a andar mamita! Te lo digo, yo volveré a caminar”. Se enjugó las lágrimas, levantó su pequeño mentón para indicar determinación y continuó: “No sólo volveré a caminar, sino que correré. Y no sólo correré, sino que seré el corredor más rápido”. Eso fue lo que dijo un pequeño jovencito, cuando yacía en el hospital con quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. No importaba que los médicos hubieran dicho que el nunca volvería a caminar, que pasaría el resto de su vida en una silla para inválidos. El tenía determinación. Unas 90.000 personas atestaban el Madison Square Garden de Nueva York, y gritaron y aplaudieron cuando Glenn Cunningham rompió todos los records como el corredor humano más rápido del mundo. El muchacho que estaba destinado a ser un inválido, convirtió ese destino en victoria por pura determinación. No me diga Usted, por favor, que el éxito de Glenn se debió a la suerte. El emprendió el camino de su propio éxito mediante el trabajo duro, la determinación y un espíritu invencible. Esa, estimados amigos, es una fórmula mágica. He aquí una maravillosa historia que siempre me ha gustado. Se trata de Pedro y Juan, una pareja extrañamente formada. Uno de ellos siempre estaba disgustado. Nunca tenía ningún control sobre sí mismo. A él se hace referencia con el término “hijo del trueno”. El otro era un impetuoso pescador, un tipo rudo. Sin embargo cuando el Espíritu Santo invadió la vida de ellos, todo cambió. Un día, cuando iban para el templo a orar, se encontraron con un pordiosero que tenía las manos sucias extendidas, pidiendo limosna. Este hombre era cojo de nacimiento; tenía las piernas secas. Los amigos lo llevaban todos los días a las gradas que estaban cerca de la puerta del templo; y por la noche volvían para llevarlo a casa. El cojo se sentaba todo el día a implorar que le dieran limosna: “¡Una limosnita por el amor de Dios!” La gente le ponía limosna en las manos. Pero eso no solucionaba su problema. Su problema no era de dinero, sino de derrota. Muchas personas en esta ciudad tienen este problema y lo peor es que están contagiando a la ciudad. Pedro y Juan comprendieron que si le daban dinero, eso no le haría ningún bien. Ellos no estaban tan “iluminados” como nuestras instituciones de socorro. No creían que lo único que se puede hacer es dar algo a todos y eso sería suficiente para que la vida fuera dulce. No, ellos primeramente eran pobres, hombres sencillos que estaban mirando al mendigo. Notaron que éste ni siquiera miraba a los que estaban pasando. Pedro, que era el que siempre hablaba primero, le dijo al pordiosero: “Míranos”. Pero como no tenía el hábito de levantar la mirada, no les puso atención. Pedro le volvió a repetir: “Míranos”. En esa voz había algo imperativo, una fuerza indefinible que hizo que el pordiosero lenta y dolorosamente levantara la cabeza. Sus ojos débiles y húmedos levantaron la mirada, que se cruzó con la de Pedro. Vio que la cara de Pedro, curtida por la intemperie del mar, era bondadosa y sin embargo, vigorosa. Y en ella había cierta luz, una luz que le venía de adentro. En sus ojos había algo que el pordiosero nunca antes había visto. Entonces habló Pedro: “Como tú estás ahora, así estuve yo una vez. En el nombre de Jesucristo, levántate y anda”. El limosnero gritó: “Pero yo he sido cojo desde pequeño. No puedo andar.”Como ustedes saben, algunas veces las personas que pasan largo tiempo en una mala situación, se acostumbran a ello. Por ejemplo en la cárcel hay muchos que odian las cadenas y el encierro. Le piden a Dios que les dé la libertad y una vez libres, vuelven a delinquir para volver a lo mismo. Realmente no quieren estar libres. Pedro repitió la orden: “En el nombre de Jesucristo, levántate y anda”. Lentamente el hombre extendió las manos. Pedro le tomó una, Juan le tomó la otra. Le dieron un tironazo para ponerlo en pié y el pordiosero dejó descansar su peso completo sobre los huesos de los tobillos, aunque nunca había estado acostumbrado a ello. Una mirada de asombro, un gozo inmenso fulguró en sus ojos, porque la palabra de Dios dice: “Y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando; y alabando a Dios” (Hechos 3:8 ). Alguien que ahora mismo está leyendo esto, quizás tiene su vida como la de aquel limosnero: llena de escepticismo, llena de dudas, derrotado, desconfiando de un futuro incierto y se niega a creer que esto pueda ocurrir. Quiero decirle que hay un poder tan asombroso en el universo, un poder que puede convertir la derrota en victoria. Seguro que usted dice que no tiene suerte. Usted le echa la culpa de su propia derrota a la mala suerte y a los demás. Estimados amigos que viven en “Arica siempre Arica”, hay un Cristo que transformará nuestra “mala suerte” en victoria. Ahora mismo podemos ser sanados. “Levantémonos y caminemos con Jesucristo”. Leemos en la Biblia lo siguiente: “Fíate de Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5,6). ¿Queremos una vida victoriosa?, tenemos que practicar tres principios: trabajo duro, determinación y sabiduría. No la sabiduría nuestra, NO. No estribemos en nuestra propia prudencia, sino en la sabiduría de Dios. Debemos reconocerlo en todos nuestros planes, proyectos y trabajos y Él enderezará nuestras veredas. ¿Están destrozados los planes para poner en vuelo nuestra ciudad?, ¿Están destrozados los planes para con tu familia?, ¿Están destrozados los planes para tu matrimonio?, ¿Están destrozados tus planes laborales?, ¿Están destrozados los planes para el futuro de tus hijos?...Entonces digamos con determinación, por la gracia de Dios: “Haremos nuevos y mejores planes”, nunca más por “suerte”, sino por el amor de Dios. ________________________________________________