martes, 22 de julio de 2008

síndrome del éxito (1ª parte)

El Síndrome del Éxito (Primera Parte)categorias: Columna - Sociedad - Local
Por tanto tiempo este concepto ha sido parte integral de nuestra cultura que los de Arica lo aceptamos como si fuera la forma correcta de vivir. El problema está en que esta situación contagió a la Iglesia. Por Nelson Zenteno
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Escrito por Nelson Zenteno
Nuestra ciudad está completamente convencida de que no existe sustituto para el éxito. Esta intensa preocupación por el éxito impregna cada parte de la sociedad ariqueña, incluyendo su Iglesia. La palabra éxito es realmente sinónimo de términos como “el más grande”, “el más inteligente”, “el mejor”, aplíquese a lo que sea. Lo más triste y lamentable es que tal “éxito” no se mide necesariamente en términos de calidad, pureza, honestidad, ni siquiera sinceridad. Más bien, está estrechamente relacionado con cualquier cosa que sea espectacular, emocionante, sensacional y que nos atraiga. Los espectáculos y festejos nos cautivan y nos dejamos hipnotizar por todo aquello que alimenta nuestra vanidad y gratifica nuestro orgullo. Incluso inculcamos este punto de vista a nuestros niños desde su tierna infancia. Nuestro sistema educacional enseñan a los jóvenes a ser los “mejores”, a “que su límite es el cielo”, a “que es bueno ostentar, a “que traten de ganar como sea”, a “que traten de ganar mucho dinero”, a “que deben emprender y dejar atrás a todos”, y a que sean siempre “triunfadores”. Este síndrome del éxito es corroborado aún más por el mundo del espectáculo en que vivimos, donde con absoluto descaro se usa cualquier cosa para exaltar a las llamadas “estrellas”. Si no tenemos héroes genuinos, los fabricamos en las mentes de un público crédulo. En el ámbito de los deportes, negocios, educación, religión y aún las artes, se hace todo el esfuerzo posible para exaltar al individuo o a la empresa que parece que va a tener éxito. Así se “fabrican” deportistas que ganan en un día lo que otros no ganan en dos años ($ 2.600.000 diarios). Así se “fabrican” cargos políticos importantes cuyos servidores ganan en ocho horas lo que otros ganan en tres meses ($640.000). Hemos inventado un dicho favorito que resume todo esto muy bien: “¡No hay mejor éxito como el éxito!" Por tanto tiempo este concepto ha sido parte integral de nuestra cultura que los de Arica lo aceptamos como si fuera la forma correcta de vivir. El problema está en que esta situación contagió a la Iglesia. Una Iglesia se considera exitosa si aumenta rápidamente el número de sus miembros aun cuando la mayoría de ellos no estén realmente consagrados a Dios. Se considera que un líder es exitoso si gana miembros usando sus cualidades personales. Una y otra vez descubrimos que la mayor preocupación de la Iglesia de hoy en día, no solo de su líder sino también de sus miembros, es el llamado “programa espectacular”. La idea básica es proveer algo tan sensacional que atraiga a las multitudes y que aumente la asistencia a sus lugares de reunión. Cuando esto sucede, se alimenta nuestra vanidad y de algún modo satisface nuestro profundo deseo de impresionar a la gente con el tan llamado “éxito”. Se ofrecen toda clase de cursos sobre “crecimiento de la iglesia”. Se dan seminarios por todas partes sobre “como ser dinámicos” con el fin de instruir a futuros líderes a atraer a las multitudes. Hay muchos libros sobre este tema. Se emplean los estilos de comunicación más exagerados y desvergonzados copiados del estilo de Hollywood (del cine) y de Nashville (de la música) para atraer a las masas. Casi todos los medios son aceptados y válidos siempre y cuando produzcan el resultado final de reunir una multitud. La Iglesia ha recibido una “transfusión” del punto de vista del mundo en cuanto al éxito y ésta ha capturado la imaginación de sus líderes. La consecuencia es que ignoramos o mal interpretamos las aseveraciones básicas que nos formula nuestro señor Jesucristo. Es verdaderamente extraño que el Señor siempre hablara de sus seguidores como pocos en números. Él siempre expresó claramente que muchos nunca andarían en sus caminos. El desafío era muy grande, las demandas de auto negación muy duras y el llamado a una lealtad total y amor por Él, demasiado alto. Aun así nuestros líderes religiosos continúan haciendo alarde de una “mayoría moral”, o de “un despertamiento mundial”, o de un “evangelismo en masa", o de una “unidad ecuménica”. Si en verdad es así, ¿Por qué no cambia la forma de ser de nuestra sociedad contemporánea? ¿Por qué 65 millones de personas que se llaman creyentes en Norte América no la hacen una región justa en la tierra, cuando en realidad es una de las más corruptas? ¿Por qué es que hoy, en porcentaje a la población mundial, hay menos verdaderos seguidores de Cristo en la tierra que en los últimos ciento cincuenta años? El hecho es que la mayoría de los creyentes ha sido engañado. La preocupación de nuestros líderes, sin importar el púlpito que ocupen, en su mayoría de los casos ha sido impresionar a la gente con su éxito. Hay dos razones fundamentales para eso. La primera es que jamás se arriesgarían a aparecer como fracasados. La segunda es que su sustento financiero depende de que se les considere personas con éxito. En nuestra cultura, la gente no respalda a una persona que no tenga éxito. Así que, por necesidad, un líder tiene que aparentar ser un triunfador. Tiene que estar activo. Su organización tiene que crecer en tamaño y escalar posiciones. Tiene que impactar a las masas. Si no lo hace, está destinado al fracaso. Todo esto contrasta señaladamente con la vida de nuestro Señor Jesucristo. Él no hizo ningún intento de distraer, entretener o atraer a las multitudes. Cuando éstas se reunían a su alrededor, simplemente les suplió sus necesidades básicas de alimento, sanidad y ayuda. Jesús jamás trató de impresionar a nadie. El maestro nunca trató de manipular a las multitudes. Las vio como ovejas que no tienen pastor. (Véase Mateo 9:35-38). Jesús se vio a sí mismo como el buen pastor que podía ayudarlas a suplir sus necesidades. Sanó a los enfermos, libertó a los que estaban cautivos por las fuerzas del mal y alimentó a los hambrientos. Y mientras sirvió a la gente en esta forma, ni una sola vez usó su popularidad para establecer una esfera de influencia para su beneficio. Hasta se negó a establecer un reino terrenal entre sus admiradores. Esto es exactamente opuesto a lo que hacen muchos líderes de la Iglesia actual, quienes a menudo usan todos los medios posibles para edificar un pequeño reino para sí mismos. Muchos de ellos complacen a la gente cándida para promover sus propias personalidades y para lograr sus ambiciones de gloria y ganancia financiera. Debo reconocer que en mis cuarenta y dos años que vivo en esta ciudad, he visto y aún veo líderes sinceros y humildes al Señor que nunca se han dejado seducir por el “síndrome del éxito”. En medio de sus aflicciones y pobrezas no han claudicado y seguramente en su postrer día oirán la voz de Jesús diciéndoles: “Bien, mi buen siervo fiel, en lo poco fuiste fiel, en lo mucho te pondré…”Así también otros, venidos de países vecinos como misioneros o algunos “made in Chile”, mejor no comentar. Si el crecimiento numérico de la Iglesia no se puede lograr por tantos programas espectaculares, entonces existe una segunda estrategia común y es que el líder involucra a la congregación en un vigoroso programa de construcción. El entusiasmo que surge ante la idea de construir un hermoso edificio es una estrategia refinada para involucrar y mantener activa a la congregación… pero de esto lo analizaremos en la segunda parte de esta nota titulada “Síndrome del éxito”. ________________________________________________

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