lunes, 30 de junio de 2008

lobos con piel de oveja

Lobos con Piel de Ovejacategorias: Columna - Sociedad - Local
Las universidades, colegios y seminarios producen líderes que hacen que la gente se sienta cómoda en su corrupción. Su objetivo principal: que la gente crea que en nuestra cultura todo es bello. Por Nelson Zenteno
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Escrito por Nelson Zenteno
Generalmente las naciones grandes, tanto en Europa como en Norte América, asumen que su cultura y sociedad son las más civilizadas del mundo. Sencillamente eso no es así. Cualquier sociedad que vive en la forma en que viven estos países, está en decadencia. Las altas torres de acero y vidrio que se elevan al cielo, los aviones que cruzan los continentes en horas, la televisión que nos permite ver cualquier cosa que sucede en el mundo en segundos, todo esto puede que nos dé una medida de la alta tecnología, pero no significa nada en cuando a los principios morales de la gente. Cuando la gente vive para complacerse y es egoísta, puede destruir las fibras de su mundo por la avaricia, el mal comportamiento y la autocomplacencia. Una sociedad que estimula toda clase de relaciones promiscuas por placer y luego cubre las consecuencias con millones de abortos mundiales es indecorosa e inhumana. Ni los animales hacen eso. Una sociedad tan permisiva, que admite el acceso fácil a drogas destructivas tales como el licor, tabaco, los alucinógenos y otras sustancias químicas estimulantes, va a la destrucción segura. El producto final de esto son mentes arruinadas, personalidades desequilibradas, comportamientos irresponsables, crimen, violencia. Cada día millones caen presa de la destrucción. Una sociedad cuya meta en la vida es el ocio y el placer no podrá sobrevivir al ataque de culturas más disciplinadas. La conducta común en el gobierno, en la educación, en el deporte, en la religión y en las relaciones sociales es la corrupción, la distorsión de la verdad y el no cumplir compromisos personales. El que engaña a los demás es considerado astuto, listo y sofisticado. El individuo ya no es respetado por su integridad o decencia, sino más bien por su habilidad para “hacer un trato”, aun usando un subterfugio más sutil. Rápidamente el mundo occidental está rechazando las normas morales absolutas que antes se conocían como el sello distintivo de la llamada sociedad cristiana. En cambio, a los jóvenes se les enseña que todo está bien. Que todo está permitido. Que ellos tienen su propia alternativa. Ellos pueden romper la ley y aprovecharse de las personas, siempre que no lo pillen. Lo peor de todo no es hacer mal, sino que lo descubran. No está mal usar a los demás para beneficio propio. Muchos de nuestros líderes emergen de esta cultura corrupta. Es el medio ambiente que ha formado sus mentes y ha condicionado sus pensamientos. Muchos de ellos han sido parte de este proceso y lo aceptan como norma, por lo tanto, el mundo al que ministran no los asombra ni acongoja. Esto explica por qué en tantas áreas de nuestra ciudad y en tanto lugar donde Dios ha puesto cristianos, seculares, sacerdotes, pastores y maestros y hasta políticos que se hacen llamar cristianos, están callados en cuanto a los males sociales. Tienen miedo y no se declaran en contra de aquellos elementos que están destruyendo a nuestra gente. No tienen ninguna convicción profunda de la corrupción que los rodea. No se arriesgan a enfrentar a las fuerzas del mal. Su silencio da aprobación tácita a las influencias malignas y a las filosofías humanas que nos están destruyendo. Estos “cristianos” tienen miedo de que los señalen como excéntricos, puritanos o “profetas del juicio”. Prefieren ser agradables y populares. Cuando reconsideramos la vida de nuestro Señor Jesucristo, nos asombramos y avergonzamos por la posición que Él tomó en su sociedad. Fue muy diferente de sus contemporáneos y afirmó sin temor: ”Yo soy la verdad”. Sí, su vida fue un ejemplo de suma integridad dentro de una cultura de completa corrupción, un sistema mundial contaminado en que hasta un cínico como Pilatos, el gobernador romano, tuvo que preguntar: “¿Qué es la verdad?”. Pilatos nunca se había encontrado con la verdad hasta que la enfrentó cara a cara con Cristo. Sus contemporáneos encontraron muy difícil seguir a Cristo. Las exigencias eran muy altas para aquellos que iban a ser sus discípulos. Él nunca les ofreció una vida fácil, de lujo o de autocomplacencia. Su llamado fue a una vida dura de grandes sacrificios. Él les advirtió a los que querían caminar con Él que había un gran precio que pagar por tal privilegio. El costo significaba tribulación, soledad, vituperio y sus opositores los odiarían. Todo esto es muy distinto a lo que afirman actualmente muchos líderes cristianos. La afirmación de ellos es que la mayor parte de la gente realmente desea ir a Cristo y que es tan fácil unirse a la iglesia como unirse a un club social. ¡Qué mentira! La Iglesia contemporánea no impone a sus adherentes normas rígidas de comportamiento. La mayoría de los líderes no lo hacen por temor a ser llamados legalistas. El concepto actual es que los creyentes deben ser tan afectuosos, tan amorosos y tan dulces que toleren cualquier cosa. La idea de pedirle a un cristiano que se abstenga de prácticas corruptas del mundo actual, ya casi no se ve y es difícil de encontrar aún en la mayoría de las iglesias conservadoras. Casi no hay diferencia entre uno que dice ser creyente y un inconverso. Virtualmente la única diferencia es que el primero va a la Iglesia el domingo mientras el otro se queda en casa durmiendo. Los pastores y sacerdotes están tan interesados en ser populares entre sus miembros, los evangelistas y maestros tan interesados en cobrar por enseñar en auditorios llenos, los músicos y conjuntos “cristianos” tan interesados en ser populares en una sociedad que los acepte, que casi todos, rehúsan predicar contra los males como lo hicieron los profetas del pasado. Viven temerosos de que la sociedad los desprecien y los rechacen, tal como lo hicieron con el Maestro. Pero por otro lado, se esfuerzan por introducirse en la sociedad para ser “uno de los buenos muchachos de antes”, de buena apariencia y maneras, y logrando una armonía feliz con el mundo a su alrededor. Los creyentes primitivos eran totalmente fieles a Cristo, o por lo menos se esforzaban al máximo. Se decía en tiempos antiguos: “La Iglesia nunca fue tan poderosa en el mundo como cuando no tenía nada que ver con el mundo”. La razón es que se distinguían claramente por contraste la una del otro. Los creyentes eran totalmente fieles a Cristo, a pesar de que el mundo los despreció y rechazó. El pueblo de Dios, aunque estaba “en el mundo”, no era del mundo, porque sabía que habitaba en terreno enemigo. Y la última tarea que le asignó el Altísimo fue penetrar esa dimensión, como la luz penetra las tinieblas y la sal penetra a lo que está descompuesto, para reclamar, a enorme costo personal, territorio para Dios. Esto está muy lejos de la forma en que muchos líderes de la Iglesia ven al mundo hoy en día. El enfoque actual es estar de acuerdo con la época en que vivimos, adaptar nuestras actitudes para conformarnos a las corrientes de la sociedad moderna, usar medios y métodos mundanos para cambiar en bien el mal que nos está destruyendo. La palabra lema de nuestra generación es comodidad. Desde sus púlpitos, muchos líderes alimentan a la congregación con leche adulterada, para que los que escuchan no se sientan incómodos. Por temor a ser atacados por la comunidad o por los medios de comunicación, no se atreven a tomar una posición firme por Cristo. Permanecen en silencio aun cuando se pisotea la verdad y se repudia la justicia. No se atreven a ser diferentes. Actualmente, los sociólogos tienen muchísimo que decir en cuanto al comportamiento humano y sus enseñanzas han invadido la sociedad y también la iglesia. Han engañado a las masas a creer que los hombres y las mujeres no son responsables por sus malas acciones. Ellos insisten que los que hacen cosas malas son “víctimas” de padres que no los supieron criar, influencias ambientales adversas o herencia genética. Se dice que las personas están “enfermas”, pero nunca se dice que son pecadoras. Palabras tales como “pecado”, “pecaminoso” y “pecador” casi han llegado a ser arcaicas, excepto entre un pequeño círculo de creyentes que todavía acepta lo que Dios dice de la condición humana. La sociedad considera estas personas como fanáticas, que están al margen de las cosas y no tienen parte en la corriente principal del pensamiento moderno. Todo este concepto de que la gente está “enferma” ha penetrado la idiosincrasia de nuestra decadente sociedad a tal punto que ha afectado hasta nuestro sistema judicial. Hombres y mujeres pueden cometer los crímenes más violentos y consentir en las más infames atrocidades en contra de la sociedad y aún ser exonerados. En base a lo que dice la psicología, se declara inocente a un criminal y no se le hace responsable por su vil comportamiento. Tanto el jurado como los jueces concluyen que se le debe imponer un castigo mínimo. De esta forma el criminal se ríe de la ley y desprecia todo lo que es decente. Luego la gente clama con desaliento: “¿qué anda mal?” “¿dónde está la justicia?” “¿por qué no puede haber ley y orden?” La respuesta es que algunos de nuestros líderes nos han traicionado. La justicia y la verdad ya no son un sello de distinción para las personas, porque los lobos con piel de oveja que ocupan estrados y púlpitos, han propagado principios perniciosos basados en la filosofía humana. Como dice bien claro la palabra de Dios, ellos llaman a lo bueno malo y a lo malo bueno. Las universidades, colegios y seminarios famosos producen líderes que hacen que la gente se sienta cómoda en su corrupción. Su objetivo principal es lograr que la gente crea que en nuestra cultura todo es bello, cuando en realidad se está volviendo vil. Por todos lados hay gente que quiere que aceptemos la corrupción que hay en el mundo. En la sociedad multicultural en que vivimos se nos ha dicho y enseñado que seamos tolerantes con las creencias y comportamientos de los demás, aun cuando esas creencias y comportamientos nos lleven a la destrucción. Se nos insta a cerrar los ojos al mal y a barrer “las cochinadas” o “libres opciones” debajo de la alfombra llamada “mente amplia contemporánea” mientras nos tambaleamos al borde del precipicio de la anarquía. Toda clase de voces extrañas claman insistiendo en sus libertades civiles. Gritan que tienen derecho de hacer el mal, aunque destruyan la dignidad humana, aniquilen el último vestigio de decencia social y priven a otros de sus derechos. En medio de esta confusión, la conclusión final a la cual hay que arribar es que muchos de estos líderes, hasta algunos que se llaman cristianos, realmente no conocen a Cristo. No tienen relación personal con Él, ni viven bajo su unción. No se someten a su voluntad ni están de acuerdo con las elevadas normas de conducta humana que Él nos ha dado. Por esta razón no ven los grandes males de nuestro día a la luz clara e intensa de la justicia de Dios. No pueden comprender que lo que llevó a la cruz a nuestro Señor fue la corrupción y el pecado del hombre, y que en la cruz Jesús pagó el precio por nuestra maldad. Estos lobos con piel de oveja no entienden su generoso amor redentor que puede limpiar nuestro pasado y guardar nuestro presente. Ellos no predican en contra del pecado como pecado porque no lo ven como un crimen contra Cristo, un mal en contra de otros o una traición a nosotros mismos. Al frente de sus seguidores son ciegos guiando a otros ciegos. _______________________________________________

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