martes, 27 de mayo de 2008

el siervo de Dios y las riquezas

El siervo de Dios y las riquezas.

En el colegio salesiano donde no sólo estudié, sino que viví (Don Bosco), se me enseñó que el orgullo, el dinero y el sexo eran las armas principales del enemigo para arruinar un ministerio y que con frecuencia se presentan juntos.
Un líder religioso llega a ser famoso y rico, luego se llena de orgullo y más tarde se convierte en su propia ley y hace lo que le place. Después de todo, piensa él: ¿no pueden los siervos de Dios que han obtenido el éxito vivir por encima de su ley?...Dado el hecho de que el Señor fue humilde, pobre y puro, sería de esperar que sus discípulos siguieran su ejemplo; pero no siempre sucede así.
La secuencia nos resulta conocida. Primero un hombre o una mujer sienten el llamado a un ministerio y desean servir con sinceridad genuina. No obstante el ministerio requiere dinero. Incluso Jesús tenía amigos quienes le ayudaban a pagar sus deudas (véase Lucas 8:3) y Pablo aceptaba la ayuda económica tanto de iglesias (véase Filipenses 4:15-16) como de individuos(2 Timoteo 2:15-18). El ministerio requiere dinero; pero debemos ser cuidadosos de que el dinero no comience a apoderarse del ministerio. Cuando sucede eso, el ministerio se anula y las organizaciones se convierten en empresas de negocios religiosos. El dinero se transforma en un fin en si mismo y deja de ser el medio para alcanzar el fin.
Los ministerios radiales y más aún los de televisión, son medios costosos, de modo que no nos debe sorprender si los siervos que buscan estos medios, se preocupen por el dinero, sobre todo si llevan un estilo de vida extravagante por el que alguien tiene que pagar. Sin embargo, incluso el más modesto de los predicadores de televisión se ve obligado a satisfacer presupuestos descomunales con los que están tratando de servir sinceramente al Señor y que requieren dinero. La manera en que obtengan el dinero y la forma de administrarlo dependerá de su integridad.
Ahora bien, querido amigo, quiero advertir que existen por lo menos tres mitos con respecto al dinero y el servicio a Dios que debemos enterrar:
El primero de ellos es decir o pensar que el dinero no es ni bueno ni malo, que es neutral y que todo depende de cómo se utilice. Si esto fuera cierto, ¿por qué Jesús se refirió a las riquezas injustas (Lucas 16:9)? ¿Y por qué nos advirtió sobre “el engaño de las riquezas” (Mateo 13:22)? Él parece estar diciendo que la riqueza es contaminante y engañosa en si misma y que sólo Dios puede santificarla para usos nobles.
Alguien dijo: Detrás del dinero existen poderes espirituales invisibles, poderes que son seductores y engañosos, poderes que exigen una devoción absoluta.
La riqueza es peligrosa e incluso el cristiano más fervoroso puede encontrarse atrapado en la adoración a Mammón y ni siquiera darse cuenta de lo que está haciendo.
Mammón es la palabra aramea para la riqueza de todos los tipos. Proviene de una raíz que significa “aquello en lo que se confía” o “aquello que se confía”. Esto sugiere que el dinero es algo que Dios nos ha confiado, algo en lo que Dios no quiere que confiemos. El desea que confiemos en Él.
En su palabra declaró: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o estimará a uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a mammón (las riquezas).
Mammón es la riqueza personificada y Cristo nos advirtió que no nos relacionemos con él en la forma en que nos relacionamos con Dios. No debemos esforzarnos por ponerlos en el mismo nivel en nuestras vidas. El dinero puede controlar nuestra atención y nuestro afecto si no somos cuidadosos.
El “señor dinero” posee muchas de las características de una deidad. Confiere seguridad, puede inducir culpa, nos da libertad, nos otorga poder y parece ser omnipresente. Sin embargo, lo más siniestro de todo es que ambiciona la omnipotencia.
El “señor dinero” reclama la lealtad y el amor que le pertenecen sólo a Dios, y posee el poder de atraparnos si no somos cautelosos. El dinero es un siervo maravilloso, pero un amo terrible, y sólo una devoción disciplinada hacia Dios nos permite mantener a mammón en su sitio correspondiente. En el mundo actual, el éxito se mide por el dinero y las posesiones, y es fácil que los cristianos apoyemos esos principios falsos si no nos cuidamos. Jesús dijo: “Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”(Lucas 12:15). “Porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”(Lucas 16:15).
Observemos que los líderes de las escrituras tuvieron sumo cuidado en mantener sus manos limpias en lo referente al dinero y las riquezas, y no aprovecharos su posición o autoridad para explotar a otros.
Escuchemos a Abraham cuando rehusó los despojos de Sodoma: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas :Yo enriquecí a Abraham”(Génesis 14:22-23).
Escuchemos al profeta Samuel: “Atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos”(1 Samuel 12:3).
Escuchemos a Pablo cuando se dirigió a los pastores de Éfeso: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bien aventurado es dar que recibir”(Hechos 20:33-35).
Uno de los atributos necesarios para el ministerio es “No codicioso de ganancias deshonestas”(véase Tito 1:7). Por consiguiente, el pueblo de Dios tiene el derecho de saber si sus ministros manejan o no sus finanzas con sinceridad. Creo que esto se aplica a cualquier persona que por su propia voluntad vive del sostenimiento de otros y esto incluye a los ministros, ministerios radiales o de televisión, misioneros, evangelistas, profetas, apóstoles, pastores de iglesias locales, maestros, sacerdotes, y en fin, todo aquel que en su trabajo y mensaje, incluye el recoger el dinero de los demás a modo de ofrendas voluntarias, o como se está viendo ultimamente, valores pre establecidos para poder verlos y escucharles. Los siervos de Dios deben recibir el sostén adecuado porque “el obrero es digno de su salario”(Lucas 10:7); pero deben usar ese salario con sabiduría y estar listos para rendir cuentas exactas del mismo.
El siervo de Dios codicioso se convertirá ya sea en un charlatán o en un asalariado. Muchos charlatanes venden sus dones por dinero y utilizan su Biblia y su congregación del mismo modo en que un actor usa un libreto y una sala de espectadores. Es el que siempre renuncia cuando se le presenta un empleo más lucrativo. El asalariado trabaja por sueldo y hace lo que se espera de él; pero no más. Los días más importantes del mes son su día de pago y sus días de descanso y renuncia cuando se le presenta la oportunidad de un trabajo más liviano o cuando hay algún peligro que amenaza al rebaño (véase Juan 10:12-13). Pablo advirtió a Timoteo que la “raíz de todos los males es el amor al dinero”(1 Timoteo 6:10) y le ordenó que trasmitiera este mensaje a los ricos de su congregación.
Concluyendo mi querido amigo, el dinero no es neutral, sino esencialmente malo y debemos estar alerta ante sus poderes seductores. Es de particular importancia que los líderes de la iglesia eviten el amor al dinero: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; NO POR GANANCIAS DESHONESTAS, sino con ánimo pronto”(1 Pedro 5:2).

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