domingo, 17 de octubre de 2010

Paz, paz…y no hay paz.


En el mundo impera un sentimiento que insiste en la paz. No hay otra palabra que tenga la persuasión intrínseca y el poder aparente que tiene el término PAZ. Toda la gente, tanto jóvenes como adultos y de todos los estratos sociales, habla con soltura de paz. Toda la raza humana la anhela; de hecho, clama pidiendo paz. Multitudes de personas dan conferencias de paz, seminarios de paz, hacen manifestaciones de paz y también protestas de paz.
Es increíble que en un mundo que está tan dividido por tantas cosas, exista tal unanimidad por tener paz. Esta ansia de paz es mucho más que una panacea universal puramente política para resolver las diferencias entre las naciones. Va más allá de las fronteras de los países. Es una fuerza formidable que ha tomado amplias implicaciones filosóficas, que insiste que a nivel mundial toda la gente debe tolerar ciegamente ese pensamiento comunal.
Todo esto se entiende cuando se considera el trasfondo de la mortandad y destrucción de las muchas guerras que ha habido en el mundo. No es extraño que los seres humanos busquen la paz cuando consideran la terrible pérdida y destrucción que ocasiona la guerra. La gente rechaza el sufrimiento y el dolor implícito en los conflictos bélicos. Se espantan ante el pensamiento de un intercambio bélico nuclear o de la destrucción total que puede traer un holocausto químico, biológico o nuclear. Así que, “paz, paz, paz a cualquier precio” es el clamor común que asciende de las masas.
No hay duda de que este clamor de paz, eventualmente demandará la aparición de “un príncipe de paz”. Tarde o temprano surgirá en la historia humana un individuo que contará con aprobación a nivel mundial y que merecerá atención universal por su supuesta devoción a la causa de la paz.
Ya tenemos a los precursores de dicho líder en la selección de algunos hombres y mujeres a quienes se les ha otorgado premios por sus esfuerzos por la paz. El comportamiento subsecuente de algunos de estas personas no ha sido pacífico y en muchos casos su prestigio se ha usado para promover controversia y no armonía.
Es así como el Comité Nobel de la Paz fue blanco de duras críticas desde diversas zonas del planeta cuando el año pasado otorgó el máximo “galardón de Paz” al presidente estadounidense, Barack Obama al ser el comandante de dos guerras en curso y de solo tener nueve meses en el cargo, ahora todo Occidente felicita su valentía; pero desata la ira de Beijing que califica el premio como una "obscenidad" ya que consideran al activista político Liu Xiaobo como un "criminal".
Sin embargo, lo que ha acontecido con estos individuos sirve para indicarnos que la paz mundial es una falacia. No puede haber tal cosa como armonía universal. Cualquiera que diga que esto es posible, está promulgando una mentira. La palabra de Dios es muy clara cuando dice: “Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6:14; 8:11).
Es importantísimo que entendamos por qué esto es así. En la raíz misma de todo comportamiento humano existe algo muy arraigado que se llama “INTERÉS PERSONAL” y esta fuerza poderosa condiciona la conducta humana y encuentra expresión común en el progreso solamente propio, el egoísmo y la autocomplacencia.
Este principio es el que pone en litigio a hermanos contra hermanos, a hijos contra padres, a vecinos contra vecinos, a comunidad contra comunidad, a nación contra nación, a ideología contra ideología. Por tanto, es absurdo suponer, y mucho más sugerir, que todos los hombres pueden vivir juntos y en paz. Simplemente eso no es posible.
Sin embargo, el hecho sorprendente es que un número creciente de círculos religiosos está diciendo que la paz mundial es posible. La paz se ofrece como la gran panacea que resolverá la conmoción que agita nuestro tiempo.
Es sorprendente que el nacimiento de Jesús fuera anunciado con la proclamación: “…y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Él, el hijo de Dios, el Príncipe de paz, el Dios de toda paz apareció entre los hombres. Sin embargo no fue recibido ni reconocido como tal. Todo lo contrario, la raza humana escogió rechazarlo y despreciarlo. Se declararon en contra suya. Aunque Él vino a brindar ayuda y buena voluntad, la gente no lo recibió. Lo consideraron su implacable enemigo que tenía que ser destruido a cualquier precio. Hicieron esto con crueldad terrible y artimañas detestables.
Jesucristo dijo que cualquiera que lo siguiera y escogiera vivir por su código de conducta, también sufriría persecución, sería terriblemente odiado, sufriría soledad y pasaría por muchas tribulaciones. Y esto no sólo le pasó a sus discípulos, sino también a toda la iglesia primitiva.
¿Por qué es que los que invocan el nombre del Señor siempre son atacados? ¿Por qué el mundo en general menosprecia y hasta desprecia a los creyentes? ¿Por qué los que desean seguir a Cristo y quieren vivir en paz a menudo tienen luchas y sufren sin sabores en este mundo?
En una palabra, es porque son diferentes. Ellos no se conforman a la cultura de este mundo. Viven por normas establecidas que ponen prioridad en servir a Dios y a los semejantes y no a los intereses propios. Sus conductas hacen sentir mal a los que viven egoístamente. De todos modos, el mal siempre desprecia al bien; la fealdad siempre menosprecia la belleza; la falsedad siempre aborrece la verdad.
Así que es imposible llegar a un acuerdo entre los dos. ¡ NO PUEDE HABER PAZ !
¿ Cuál es el antídoto para esta incertidumbre? ¿Dónde encontraremos la fe y la fuerza para percibir la falsa paz y confrontar a los falsos que nos la ofrecen? ¿Cómo saber cuando hemos sido engañados?
La respuesta es sencilla: Escudriñe la Palabra de Dios diariamente. Busque la verdad estudiándola diligentemente. Ríndase completamente al control de Cristo. Llegue a conocerlo íntimamente. Descubra por si mismo lo maravilloso de su carácter impecable. Aprenda a experimentar el enorme amor y cuidado que el Padre tiene por Usted. Invierta toda su fe en Él. Decida hacer su voluntad y cumplir sus mandamientos. Descubra por si mismo lo maravilloso que es caminar con Dios en amor y lealtad. Descubra la serenidad y fortaleza que Él tiene para Usted.
A una persona así no la engañan fácilmente los impostores que dicen: ¡Paz, paz!...cuando no hay paz, porque esta persona ha encontrado su paz en Cristo.(lea detenidamente el capítulo 14 de Juan)
Esta paz interior personal es completamente diferente de la paz popular que habla el mundo. Pero es esta paz que la persona experimenta por la presencia continua del Cristo resucitado en su propia vida, la que lo puede sostener en medio de las adversidades de la vida. Eso es lo que le da serenidad aunque rujan las tormentas a su lado.

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