viernes, 6 de abril de 2012

CENTURIÓN…El testigo del calvario.



“Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Marcos:15-39). Esta confesión del centurión romano que llevó a cabo la crucifixión de Jesús, es muy notable, ya que fue proferida por aquel de quién menos se esperaba. Muchas son las pruebas que tenemos de la divinidad de Cristo en los relatos de la sagrada escritura, pero el testimonio del centurión que le crucificó es probablemente el más importante y no siempre ha recibido la importancia que el realmente tiene.

Los centuriones romanos son descritos en toda la historia de este imperio como hombres de carácter disciplinados y capaces. La fortaleza del imperio Romano descansaba en sus ejércitos y la dirección de los tales estaba confiada a los centuriones.

Este centurión no era un discípulo de Jesús, ni tampoco un fanático judío religioso. Su juicio era por lo tanto un juicio independiente, basado en lo que vio u oyó de labios de Jesucristo durante el drama de la ejecución del salvador y maestro de la Humanidad.

¿En qué basaba el centurión su testimonio?...Por razón de su oficio, aquel hombre había visto a muchos sentenciados a morir de la más cruel de las muertes. Había escuchado, a través de los años, horrendas blasfemias y gritos aterradores. Cuando tuvo que ordenar que la cruz fuera levantada, cosa que causaba el desgarro de la carne de los crucificados, oyó de aquellos divinos labios las palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero aún había oído más, según el relato que tenemos del apóstol Juan: cuando uno de los malhechores le rogó diciéndole “acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, escucho del noble ejecutado las asombrosas palabras: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraiso”

No es extraño que la primera declaración del centurión romano fuera: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Era un testigo observador.

La negrura aterradora y el terremoto que se produjeron cuando Jesús expiró, no podía menos que llenar a todos los que presenciaron aquellos hechos de un sentimiento de que se hallaban ante señales cósmicas que no se habían producido en ninguna de las anteriores ejecuciones que habían tenido que llevar a cabo en esa rebelde nación. Cuando vio las multitudes volviendo a Jerusalén golpeando sus pechos en medio de la oscuridad sobrevenida, fue cuando exclamó: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.

La tradición histórica que se formó en los primeros siglos nos dice que aquel centurión se convirtió en un fiel cristiano. Hoy después de 21 siglos, es muy verosímil creer que lo fue. De lo que si estamos seguros, por lo que nos dicen los propios evangelios, es que la fe del centurión fue en realidad una fe ascendente. Las declaraciones escuchadas de los labios de Jesucristo le llevaron primero a la convicción de que Jesús era víctima de una injusticia política provocada por las amenazadoras insinuaciones de los miembros del Sanedrín ante el “Lithóstrotos”, coreadas por la revoltosa mayoría del pueblo. ESTO ES LO QUE TODAVÍA PRETENDEN LOS QUE SE ATREVEN A DUDAR DE LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO; pero tras las señales cósmicas que se desataron en el momento de expiar Jesucristo, le convencieron de que Jesús era mucho más que una víctima inocente.

¿Haría posteriormente el centurión como los discípulos de Berea, escudriñando las escrituras del antiguo testamento, para ver si el maestro de Galilea ejecutado en el Gólgota era realmente el Mesías Divino? (Isaías 53 y Hechos 17:11). Esta es el tercer punto y el más importante para la fe creciente del centurión, que todo cristiano debe imitar, para que se cumpla en nosotros la recomendación del apóstol Pedro:

Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén. (2Pedro 3:18)