domingo, 16 de enero de 2011

VENCIENDO LAS FRUSTRACIONES (Teoterapia para usted)


Si usted no es capaz de vencer sus frustraciones, fácilmente caerá en depresión y vivirá lo que dice la canción (casi de mi tiempo) : “todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí, hasta mi aliento ya, me sabe a hiel, me sabe a hiel. Mira mi cuerpo, como se quiebra…

Casi el ciento por ciento de los pacientes que acuden a una consulta psicológica, comparte una creencia completamente absurda:”Tuve una frustración, por eso soy totalmente infeliz”. Incluso estudiosos de distintas áreas han planteado que las frustraciones, obligatoriamente, conducirán a una depresión, ó a una conducta agresiva. Al parecer, esta hipótesis proviene de la idea irracional: “Es horrendo, terrible y catastrófico que las cosas no marchen como yo quiero, tenía que sucederme a mí”. ESTA CREENCIA ES TOTALMENTE FALSA.

¿Por qué es falso que las frustraciones no debieran hacernos catastróficamente infelices?

Veamos: 1.- Sin duda, es desagradable no obtener lo que uno quiere en la vida: ser amado por las personas más significativas, tener éxito en los negocios, ingresar a la universidad con puntaje sobrado, obtener el SÍ en la propuesta matrimonial, que los seres queridos vivan más años, etc. Sin embargo, si eso no se logra, casi nunca es tan “catastrófico”…a menos que uno crea que lo es.

2.- Quizás usted piensa que es incapaz de tolerar la frustración. Pero no hay motivo alguno para pensar eso. Si usted se considera maduro, comprenderá lo que está sucediendo y podrá soportarlo. Además piense que nada indica que la situación frustrante se va a mantener “perpetuamente”

Como seres humanos, tenemos la posibilidad de cambiar las cosas y si no podemos hacerlo, por lo menos seremos capaces de aceptarlas momentáneamente.

3.- Recuerde que si usted se siente tan infeliz a causa de sus frustraciones, es casi seguro que se impedirá a si mismo superar el conflicto.

4.- Asúmalo: Hay situaciones inevitables o irremediables. Todos debemos morir, unos antes y otros después. No hay orden correlativo, aunque los queramos a montones, pero ¿Qué logramos trastornándonos con lo inevitable?

RESUMIENDO, la secuencia ilógica de un pensamiento incapaz de vencer la frustración parece ser la siguiente: “Yo quiero ser feliz, “debo” ser feliz, nada en este mundo debe impedírmelo, etc. Por lo tanto, cada vez que una situación lo frustre, se ordenará a si mismo: “DEBO SER INFELIZ”

La frustración entonces, es consecuencia del hábito de comparar la realidad con una creencia previa de lo que debiera ser. Y cuando esto no coordina, nos vamos en contra de las personas o de las cosas que nos frustran, condenando a todos.

Entonces asoman los “debería”: Debería ser perfecto, debería ser amado por todos, los demás deberían ser gentiles conmigo, debería haberlo hecho así, debería haberlo pensado, etc.

Todos los “deberían” ,implican exigencias absurdas y ésas son la base racional que conducen a la frustración.

Por lo tanto, lo más saludable es cambiar nuestras expectativas y ASUMIR la realidad tal y como es, NO COMO NOSOTROS CREEMOS QUE DEBE SER. ( centro de teoterapia Arica.)

sábado, 15 de enero de 2011

Individualismo e indiferencia


¿Ha aumentado la indiferencia, la insensibilidad, la apatía, ante los sufrimientos y las necesidades de quienes viven cerca y de quienes viven lejos? No es fácil dar una respuesta, pues junto a personas con actitudes de individualismo encontramos a otras personas buenas, dispuestas a quebrarse la espalda y a mancharse las manos para ayudar a otros.
Pero sí podemos decir que la indiferencia avanza en el mundo, en las familias, en los corazones, cuando dejamos que el individualismo, el miedo, las prisas, la superficialidad o la avaricia entren en el alma y lleguen a convertirse en el criterio último de lo que hacemos o de lo que dejamos de hacer.
No toda inacción se produce por culpa del individualismo. Vivimos en sociedades complejas, con muchas reglas, con muchas inferencias.
Si hay un grave accidente de carretera, detenerse y atender a los heridos puede traer, sin que lo queramos, serios problemas legales. Si ha comenzado un incendio cerca de casa, muchos piensan que es más eficaz y menos peligroso llamar a los bomberos en vez de acercarse para rescatar a quien haya quedado atrapado por las llamas. Si se produce un robo, ¿no son las mismas autoridades quienes piden que no afrontemos sin armas a quien lleva un cuchillo entre sus manos?
Pero fuera de situaciones extremas como las anteriores, puede ocurrir que la indiferencia camine a nuestro lado. Si estamos sentados en su lugar público, no reaccionamos al ver junto a nosotros a una persona mayor a la que le vendría muy bien ocupar nuestro lugar. Si nos avisan que un familiar no muy cercano ha sido ingresado en el hospital, existe el peligro de encerrarnos en la propia concha y encontrar mil excusas para no ir a visitarle, cuando realmente lo que deseamos es seguir ganando puntos en un juego electrónico o ver cómo termina un famoso culebrón televisivo.
En los ejemplos apenas mencionados somos capaces de percibir la necesidad ajena, pero la pereza y el individualismo nos hacen mirar a otro lado. La situación resulta más grave cuando no somos capaces de darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor, porque estamos absortos por los mensajes en el celular, por el libro de lectura, por las noticias de internet o por la música que aturde nuestros oídos. Entonces ni siquiera tenemos necesidad de inventar excusas para no atender a quien lo necesita...
Es cierto que la vida moderna nos ofrece muchos estímulos y nos ata a muchas necesidades. Los progresos tecnológicos, bien usados, deberían potenciarnos, abrirnos a más opciones de bien y de solidaridad. Si, por el contrario, hemos convertido la situación de tener más en motivo para ayudar menos y para encerrarnos en nosotros mismos, ¿no significa que hemos achatado gravemente una dimensión fundamental de la vida humana?
Cada hombre, cada mujer, existe gracias al amor y a la entrega de otros. Familiares, amigos, educadores, trabajadores en tantos lugares de la ciudad o del campo, nos ayudaron en cientos de situaciones, nos levantaron tras una caída, nos curaron, nos animaron, nos enseñaron a vivir.
El ejemplo que nos han dejado (y que nos siguen dejando tantas personas buenas) sirve de estímulo para romper el cerco del individualismo y para reconocer que estamos hechos no sólo para disfrutar de aquellas cosas que nos agradan, sino también (y quizá sobre todo) para poner nuestras cualidades, nuestras posesiones y, sobre todo, nuestro corazón y nuestro tiempo, para ayudar y servir a otros.
Primero, a los más cercanos: no hay verdadero amor si no somos capaces de dejar el sofá a otro miembro de la familia. Luego, a quienes, en la misma ciudad, o quizá incluso lejos, esperan que alguien les lleve medicinas, ropa, o simplemente les escuche un rato.
El cerco de la indiferencia, la enfermedad del individualismo, empiezan a ser derrotados si dejamos que nuestro corazón se haga magnánimo, abierto, disponible a otros. El mundo es más hermoso y habitable cuando, sinceramente, cada uno da lo mejor de sí mismo para servir a los demás.