domingo, 12 de abril de 2009

La Fe en Cristo Resucitado

La ejecución en una cruz puso en entredicho todas las pretensiones de Jesús. La cruz parecía dejar las cosas claras: Jesús había sido un hombre bueno y justo quizás, pero un hombre iluso totalmente equivocado. Si de verdad Jesús tenía razón al anunciar un mensaje de salvación a los hombres, al garantizar el perdón a los pecadores y al invocar a Dios como Padre, solo Dios lo podía decir. Si en Jesús se encerraba algo único, solo Dios lo podía confirmar. Y lo ha hecho resucitando a Jesús de la muerte.
La resurrección de Jesús es la mejor noticia que podíamos recibir los hombres. Es la resurrección de Jesús la que sostiene y da sentido a nuestra fe. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe_ Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres. Pero no, ¡Cristo resucitó de entre los muertos!” (1 Co 15, 14-20).
La resurrección de Jesús ha sido el acontecimiento decisivo para la fe cristiana. A partir de la resurrección, los cristianos creemos en Dios con una luz nueva, vivimos nuestra fe en Jesús con una profundidad nueva, comprendemos nuestra existencia y nos enfrentamos a ella con una esperanza nueva. Vamos a tratar de comprender un poco la novedad que nos aporta la resurrección de Jesucristo.
A partir de la resurrección de Jesús, los creyentes podemos creer en Dios con una luz nueva. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que Dios es fiel a sus promesas. Dios es incapaz de abandonar en la muerte al que le invoca con fe, como Padre. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que Dios no abandonará a los hombres, no defraudará nunca la esperanza que los hombres pongan en El, no permitirá jamás el fracaso final de aquellos que le invoquen como Padre. En Cristo resucitado, Dios se nos descubre como un Padre fiel a sus promesas de salvar al hombre, un Padre dispuesto a salvar al hombre por encima de la muerte.
En Cristo resucitado descubrimos que Dios es capaz de resucitar lo muerto. Dios no es solamente el Creador. Dios es un Padre, lleno de amor y de vida, capaz de superar el poder destructor de la muerte y dar vida a lo que ha quedado muerto (Ef 1, 18-20).
Se entiende la fe de los primeros creyentes que mantienen su esperanza en medio de esta vida en que todo camina, de alguna manera, hacia la muerte. “No pongamos nuestra confianza en nosotros mismos sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Co 1, 9).
Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Dios no quiere la muerte sino la vida de los hombres. Al resucitar a Jesús, Dios se nos descubre como Alguien que no permitirá que una vida humana vivida en el amor termine en el fracaso de la muerte. Dios es el futuro que le espera al hombre que sabe amar.
Los primeros cristianos han vivido convencidos de que Dios no permitirá jamás que un hombre que ha vivido como Jesús, desde el amor y para el amor, entregado al Padre y a los hermanos, termine su vida en la muerte. Así escribe uno de ellos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos” (1 Jn 3,14)
Al resucitar a Jesús, Dios se nos descubre como Alguien que no está de acuerdo con nuestra existencia actual, llena de sufrimientos y dolor, y destinada fatalmente a una muerte que rompe todos nuestros logros y proyectos.
Todavía más. En Cristo resucitado. Dios se nos descubre como Alguien que no está conforme con un mundo injusto en el que los hombres somos capaces de crucificar al mejor hombre que ha pisado nuestra tierra. Al resucitar a Jesús, Dios nos descubre su reacción y su protesta final ante un mundo de injusticia y de violación de la dignidad humana. Así predicarán los primeros creyentes: “Vosotros lo matásteis, pero Dios lo resucitó” (Hch 2, 23-24).
En la resurrección descubrimos los cristianos que Jesús es nuestro único Salvador. El único que nos puede llevar a la liberación y a la vida. “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 12).
El mensaje de Jesús tiene un valor muy distinto al que puedan tener los mensajes de otros profetas. La actuación salvadora de Jesús tiene un valor muy distinto al que pueden tener las de otros liberadores. Dios no ha resucitado a cualquier profeta o a cualquier liberador. Dios ha resucitado a Jesús de Nazaret.
En la resurrección de Cristo hemos descubierto que nuestra vida tiene salida. Hay un mensaje, hay un estilo de vivir, hay una manera de morir, hay Alguien que nos puede llevar hasta la vida eterna: Jesucristo. “A éste le ha exaltado Dios con su derecha como jefe y Salvador” (Hch 5, 31).
La resurrección nos ha descubierto que la muerte de Jesús no ha sido una muerte cualquiera. Su muerte ha sido el paso a la vida de Dios. La resurrección nos ha descubierto que Jesús no era un hombre cualquiera. Dios, realmente es su Padre. Un Padre del que Jesús recibe toda su vida. Por eso, Jesús no ha quedado abandonado en la muerte.
A partir de la resurrección, los cristianos creemos en Jesús, el Hijo de Dios vivo, lleno de fuerza y creatividad, que vive ahora junto al Padre, intercediendo por los hombres e impulsando la vida hacia su último destino (Hb 7, 25; Rm 8, 34).
Si Jesús ha resucitado no es para vivir lejos de los hombres. El Resucitado está presente en medio de los suyos. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Los cristianos creemos que Cristo vive en medio de nosotros. No estamos huérfanos. Cuando nos reunimos dos o tres en su nombre, allí está El (Mt 18, 20). La Iglesia no es una organización solitaria, una comunidad que camina sola por la historia. Es el “cuerpo de Cristo” resucitado. Es Cristo resucitado el que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente (Ef 4, 10-12).